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PATRIOTISMO CONSTITUCIONAL

Autor:
Editor
Fecha:
16 julio, 2021

Por: Jorge Luis Godenzi Alegre

Que estamos en un período crítico habrá pocos que lo duden. Que el espíritu convulso de este tiempo confabula para que la capacidad de criterio de los opinadores haya saltado por los aires resulta innegable. Que estas circunstancias extraordinariamente difíciles, probablemente las peores en décadas, ha creado en nuestro país un caldo de cultivo para que sectores maximalistas, envilecidos por el sectarismo y degradados por la ignorancia, estén sin empacho alguno patrocinando ataques arteros a la línea de flotación de nuestro Estado de derecho en cuyo vértice se encuentra la Constitución Política, es a todas luces incontestable.

Vivimos muy malos tiempos para nuestro actual sistema democrático. El país se encuentra envuelto en una virulenta crisis de la que se aprovechan los conjuradores para desnaturalizar las principales líneas maestras del orden constitucional que no encaje con su delirante empeño de subvertir el Estado de Derecho.

Es en esta situación de extrema excepcionalidad reflexionar sobre una de las piedras angulares en que se sustenta la democracia: El inalterable respeto que se le debe tributar a la Constitución Política, que no debemos de entenderla solo como un texto heredado en trámite de continuidad, sino como el fundamento vigente y más sólido de nuestra convivencia frente a quienes se han propuesto derruirla.

Es la hora de recurrir al patriotismo constitucional – al decir de Jürgen Habermas – No se necesita de líderes ni caudillos, ni de maestros, ni organización política alguna. Es la hora de la inclaudicable defensa de la Constitución Política a cargo de cada ciudadano del país. El bicentenario nos interpela para que la defendamos con gallardía y pundonor puesto que el respeto y su cumplimiento es lo que ha permitido el mantenimiento de la democracia durante estos últimos veintiocho años.

Y, sin embargo, si algo deja al descubierto la vulnerabilidad que aqueja a nuestra democracia es que debemos de entenderla no solo como una técnica de gobierno cuyas teóricas reglas se sintetizan en la división de poderes, la libertad individual, el respeto al derecho ajeno o al control a la acción del gobierno. La democracia no es tan solo un modélico sistema de gobierno y mucho menos un instrumento para saciar ambiciones personales o el placer sádico de someter voluntades ajenas. Es una forma de vida en la cual quien dirige el gobierno del Estado recibe su poder por medio de honestos e idóneos mecanismos electorales que haya asegurado la participación de todo el cuerpo social a través del sufragio universal.

Vivir en democracia igualmente significa la posibilidad legítima en desobedecer los caprichos del gobernante de turno que ha desbordado objetivamente los contornos de la Constitución Política y esto se agravaría si pretendiera en su gobierno, con formas groseras o sutiles, avasallar las instituciones y la legalidad.

Recordemos que todo Estado a través de sus instituciones genera en la ciudadanía una constante respuesta de obediencia y el Presidente, como el Jefe del Estado debe causar en esa misma ciudadanía un sentimiento de respetabilidad, desatándose en consecuencia por parte de toda la Nación un auténtico acatamiento a su autoridad.

Un Presidente, aunque haya sido elegido democráticamente necesita ser legítimo en el sentido de que no solo debe respetar escrupulosamente las reglas y principios jurídicos que emanan del orden constitucional, sino también debe observar los procedimientos de cualquier reforma total o parcial que se quiera aplicar a la Constitución Política. Por todo ello, nuestra Carta Magna aúna no solo la legalidad sino también la legitimidad de los actos de gobierno que despliega el Presidente de la República como Jefe del Estado.

En consecuencia, la democracia no es como algunos desaprensivos creen, un mero catálogo de derechos o un simple acto electoralista, sino que conlleva importantes e ineludibles obligaciones constitucionales, que consagra una forma de vida que se sustenta en la tolerancia y en la seguridad personal y jurídica, haciéndonos comprender que el Estado de derecho es el patrimonio político y moral de todos los peruanos.

La Constitución Política que para el inabarcable jurista francés Georges Burdeao es la organización fundamental de las relaciones de poder del Estado, simboliza el acuerdo de mutuo respeto basado en la no dominación de unos ciudadanos sobre otros. La Constitución Política es esencialmente un pacto de ciudadanía que puede eventualmente sufrir el desgaste de su propio desarrollo, pero permanece intacto en sus principios esenciales de convivencia plural. Es una directriz primordial que funciona como carta de navegación y que restringe todo tipo de aventurerismo político que produce el poder, procurando darle estabilidad política, institucional, territorial y social a toda la República.

Ciertamente, la Constitución Política no es un dogma de fe. No es un muro impenetrable, pero sí es un cauce para que se exprese la voluntad popular, a través de los congresistas que son sus representantes. Pero este cauce, estos procedimientos, deben ser legales porque democracia y Estado de derecho son dos conceptos intrínsecamente unidos. El desacierto, acaso la arbitrariedad y el abuso consiste en desviarse de la legalidad. Desacierto inaceptable porque es desviarse de la democracia. En suma, no puede existir reforma total o parcial de la Constitución Política si es que no se produce en el ámbito del Estado de Derecho.

Estamos a pocos días de celebrar el bicentenario de nuestra independencia política. Es la estancia adecuada para la vindicación ciudadana frente al abuso del poder y al agrietamiento que insidiosamente sufre nuestro actual Estado de derecho.

La patria está a plena luz y nosotros sólo podemos venerarla en tanto participemos activa, libre y emancipadamente enarbolando el patriotismo constitucional, que se traduce en la defensa de las libertades, de la seguridad jurídica, en el incondicional sometimiento tanto de gobernantes y gobernados al orden constitucional y a la legalidad, por encima de las luchas internas por el poder y de las banderías que empuñan los iletrados, los partidistas, los demagogos y los partidarios del pensamiento único.

Por eso levanto mi voz con fe y sin temor, Por eso, modestamente estimo que, enalteciendo a la Constitución Política, estoy enalteciendo a mi incomprendida y amada Patria.

2021 - Tenidas Virtuales - Av. De la Poesía 326, San Borja - Lima 41 – Perú 

Foto tomada de abrazofraternal.blogspot por la celebración del día de la masonería peruana el día 22 de julio.
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